jueves, 17 de mayo de 2012
EN DEFENSA DE LAS HUELGAS Y LA LUCHA DE CLASES
La fábula de Cristina
Por: Ruth Werner
“Nadie se acuerda de Espejo”, ironizó Cristina, apuntando a los dirigentes sindicales y en referencia a quien fuera Secretario General de la CGT durante el primer gobierno peronista. El camionero José Espejo fue efectivamente un ignoto sindicalista, pero no por eso dejaba de ser una pieza clave para que el Peronismo afianzara la estatización de las organizaciones obreras. CFK hizo una asociación deliberada para igualar a los Espejo de ayer y de hoy con la clase obrera y para decir que su fuerza y sus métodos (como la huelga y los piquetes) no valen nada. Cristina había aclarado que si la vida de los trabajadores mejoró “no es mérito de ninguno que haya hecho una huelga”. Para ella lo único real son los líderes bondadosos con su pueblo, como Perón, luego Néstor y ahora ella. “No nos engañemos -agregó- estamos mejor porque tuvimos un modelo macroeconómico sostenido por un Presidente que se llamó Néstor Kirchner y que hemos seguido sosteniendo quienes tuvimos el honor de decidir seguir siendo Presidenta de la República por el voto popular”.
El espejo de Cristina
José Espejo fue todo un símbolo de la política peronista hacia los sindicatos. Cuentan que cuando fue elegido Secretario General lo hicieron levantar de su silla porque nadie lo conocía. Evita lo encumbró justamente porque era un personaje gris. El peronismo necesitaba burocratizar al extremo al movimiento obrero. Todavía estaba fresca la influencia de la izquierda y el recuerdo de duras luchas para conquistar los sindicatos por industria, como la huelga de la construcción de 1936. Si el objetivo de Perón era frenar la lucha de clases, no puede pensarse al peronismo sin la burocracia sindical, el instrumento para materializar esa política. El espejo podrá decirle a Cristina que ella es la nueva abanderada de los humildes, pero no podrá ocultar la contradicción que envuelve a su gobierno. Aunque apunte a debilitar a la burocracia, la necesita para contener el movimiento obrero. Su ataque a los sindicalistas millonarios es puro discurso, una ofrenda para La Cámpora y los “progres” que la acompañan. Porque Moyano, hoy caído en desgracia, no es ni más ni menos rico que Andrés Rodríguez de UPCN, a quién Cristina ensalza últimamente. El burócrata que acaba de firmar un mísero 21% para los estatales, es dueño de un haras de caballos de carrera y pertenece a una familia tradicional de la Sociedad Rural, los Rodríguez Larreta. Como cuando en el cuento el espejo anuncia que Blancanieves está viva, Cristina ve angustiada los paros que aparecen contra los techos salariales. Es la lucha de clases lo que la irrita.
La fábula del gran conductor
El peronismo siempre enseñó que se necesita un “hombre fuerte” para dar algo de felicidad a los desdichados. “Perón, Perón, gran conductor” era la popularización del bonapartismo peronista. Así querían suprimir de la conciencia obrera que la liberación de los trabajadores será obra de los trabajadores mismos. Pero eso debía hacerse condenando, precisamente, al único motor de la historia. En 1944 Perón decía: “Buscamos suprimir la lucha de clases, suplantándola por un acuerdo justo entre obreros y patrones, al amparo de la justicia que emana del Estado… el único medio para combatir a los verdaderos enemigos sociales, representados por la falsa política, las ideologías extrañas seas cuales fueren”. El peronismo aparecía como el supresor de la lucha de clases en pos de “armonizar los intereses de obreros y patrones”.
Pero sobre el final de su segundo gobierno, Perón desmentiría sus propias pretensiones. Exigido por el imperialismo norteamericano, impone los Congresos de la Productividad para incrementar la ganancia capitalista aumentando la explotación obrera. Pero la lucha de clases no le permite avanzar. Los dirigentes burocráticos no pueden frenar a las Comisiones Internas que le declaran la guerra a las patronales. Surgía un proceso de luchas cuyo pico será la huelga metalúrgica de 1954. Las huelgas, legalmente no reconocidas, devolvían la historia a su lugar.
Esto, entre otras razones, llevó a EE.UU., al ver que Perón no podía contener la lucha de clases, a promover el golpe. Los Espejo de entonces estuvieron bien lejos de la lucha de clases y cerca de Perón, que se exilió para no armar el pueblo. La resistencia surgió de las fábricas y barriadas obreras. Berisso y Rosario fueron escenario de huelgas y piquetes contra el golpe gorila. De las Comisiones Internas salieron los “caños” y los sabotajes, las tomas de fábricas y hasta la huelga en Capital del frigorífico Lisandro de la Torre, que enfrentó la política frondicista de alianza con el capital extranjero, hoy presentada como “modelo” por el kirchnerismo. ¿Para qué sirven las huelgas? Todas las conquistas obreras se consiguieron con las huelgas, con los piquetes, con la lucha de clases. Sólo con la lucha los trabajadores logran y pueden defender sus derechos.
A Cristina podrían responderle los obreros que en 1969 protagonizaron la huelga general y la semiinsurrección del Cordobazo que hirió de muerte a Onganía. Y el terror a ese ascenso obrero y popular hizo a la burguesía jugar la carta de la vuelta de Perón para que intentara desviar las profundas tendencias que desafiaban el poder de los capitalistas, de los burócratas sindicales y, más tarde, del peronismo en el poder. La Triple A, creada por Perón para aniquilar al activismo obrero, fue la forma bestial que adquirió el enfrentamiento a la vanguardia obrera y popular. No es intención historizar, pero si alguna vez se dijo “es la economía, estúpido”, nosotros podemos agregar “¡es la lucha de clases, presidenta!”. Qué podemos esperar de quien acostumbra hablar de la Patagonia para nombrar El Calafate y los hoteles lujosos de su propiedad, y jamás nombró a los obreros de la Patagonia Trágica que se levantaron en la sufrida Santa Cruz.
El relato peronista, no por repetido deja de ser una fábula infantil, comparado con la historia real de la clase obrera nacional y mundial.
¿Para qué sirven las huelgas? Esa pregunta no les cabía a los tejedores de Lyon, Francia, y de Silesia, Alemania, de 1840. Como tampoco a los que trabajadores que se atrevieron a tomar el cielo por asalta, con revoluciones heroicas como la Comuna de París de 1871 y la Revolución Rusa de 1917. En sólo 180 años de historia la clase obrera libró grandes y orgullosas batallas que la convirtieron en la clase social más revolucionaria y creativa de la historia.
Como la historia no empezó con “él”, y mucho menos terminará con “ella”, en ese camino plagado de derrotas la clase obrera encontrará los medios, la fuerza, la astucia y la dirección revolucionaria para emanciparse. Si la historia la escriben los que luchan, el peronismo y, mucho más, su episodio kirchnerista, tendrán el lugar que se merecen.
Estamos incondicionalmente con la lucha de los trabajadores. Con los del Subte, los judiciales, los del INTI, los metalúrgicos, los petroleros, los gráficos que hoy levantan reclamos y realizan medidas de fuerza contra los techos salariales. Estamos con los que tanto molestan a Cristina Kirchner.
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